Il diario dell’uovo – giorno 4

29/07/2023

Oggi mi ha tirato fuori dal frigorifero tardi, quando era già quasi sera. Lo so perché ormai conosco le loro abitudini, quando e perché aprono il frigo durante il giorno; colazione, pranzo, cena. Ogni tanto però lui rompe questo schema facile e rassicurante e apre lo sportello in altre occasioni, per valutare se ci sia qualcosa di utilizzabile per uno spuntino. Di solito, prende della frutta, uno yogurt oppure del prosciutto che poi mangia con una fetta di pane. Oggi a pranzo mi ha fatto spaventare: ha preso la mia scatola, la scatola delle uova, e ha tirato fuori due dei miei compagni per farsi una frittata. Ha dovuto prendermi in mano e vedere la scritta sul guscio per capire che ero io, Rosina, e che doveva rimettermi al mio posto, maneggiarmi con cura. Non possono farmi questo, almeno fino a quando Laura scriverà su di me, le servo. 

E poi? Quanto manca? Quante aperture e chiusure del frigorifero innocue passeranno ancora prima che arrivi quella che decreterà la mia fine? In queste ultime ore ho cominciato a pensare a cosa ci sarà dopo, se ci sarà spazio nell’aldilà per me, se c’è qualcuno dall’altro lato che ha capito che tutte le cose hanno un’anima, che tutti gli esseri viventi – qualsiasi sia la loro natura, forma o funzione – contribuiscono all’essenza del tutto.

Perché il mio destino è essere mangiato da una specie arrogante e despota ancor prima di poter assumere una forma? Perché vengo strappato a mia madre per poter soddisfare l’appetito innecessario di chi non vede altro che la propria fame? Ma anche nella rabbia, nella consapevolezza della mia debolezza, dell’impossibilità di sfuggire a quello che mi aspetta e di poter cambiare le cose, non posso fare a meno di provare un briciolo di soddisfazione, forse di felicità. La maggior parte dei miei simili non arrivano a vivere nemmeno un centesimo delle emozioni che ho provato io, io che ora so cos’è l’amore, perché qualcuno ha deciso che potevo essere importante, e mi ha fatto sperimentare il contatto, la connessione con l’altro.

Oggi mi ha tirato fuori dal frigorifero tardi, dicevo, mi ha avvolto come sempre in un panno – anzi, questa volta erano due – e mi ha infilato nella sua borsa. Ho sentito che diceva a lui: “Vado a lezione di yoga, mi porto l’uovo per l’esercizio di scrittura”. Lui l’ha guardata mentre mi riponeva nel panno, poi le ha detto: “Fa molto caldo, sei sicura che sia una buona idea?”. Lei ha risposto solo: “No”, ed è uscita. E se avesse ragione lui? Se il caldo mi facesse male? Perché non possono lasciarmi tutto il giorno sul tavolo di casa, ad aspettare che arrivi Lia per poterla sentire parlare nel suo modo buffo, ascoltare quella risata contagiosa? Ma poi, che diavolo è lo yoga?

A quanto pare, “yoga” è qualcosa che si fa in una stanza al chiuso, ascoltando le istruzioni di una voce femminile. Laura mi ha appoggiato sul pavimento, sono nella borsa quindi non vedo granché, ma posso ascoltare. La voce è dolce ma decisa, nella stanza ci devono essere molte persone perché sento i loro respiri affannati per lo sforzo, fa molto caldo e credo si stiano muovendo parecchio. Non so quanto dura questo “yoga”, quei nomi strani mi rimbalzano nella testa – vinyasa, chaturanga, savasana -, l’odore del sudore si mescola ad un altro aroma molto intenso, che mi fa pensare a qualcosa di profondo, forse c’è del fumo.

Poi, a un certo punto, la voce femminile dice una frase che mi colpisce, la ricordo perfettamente anche a distanza di ore: “Que todos los seres, en todas partes, sean felices y libres, y puedan los pensamientos, palabras y acciones de mi propia vida, contribuir de alguna manera a la felicidad y la libertad de todos”. Penso che è una frase bellissima, e mi chiedo se Laura sta riflettendo sul suo significato. Io sono uno di quegli esseri! Io merito la felicità e la libertà!

Eppure, non serve a nulla sapere di meritarsi la felicità. Io sono nato in trappola, e arrivato a questo punto posso solo sperare che la fine della vita che conosco sia per me un nuovo inizio.


Hoy me sacó de la nevera tarde, cuando ya era casi de noche. Lo sé porque ahora conozco sus hábitos, cuándo y por qué abren la nevera durante el día; desayuno, almuerzo, cena. Sin embargo, de vez en cuando ÉL rompe este esquema fácil y tranquilizador y abre la puerta en otras ocasiones, para evaluar si hay algo aprovechable para un tentempié. Por lo general, toma alguna fruta, un yogur o un poco de jamón que luego come con una rebanada de pan. Hoy, en el almuerzo, ÉL me asustó: tomó mi caja, la caja de los huevos, y sacó a dos de mis compañeros para hacer una tortilla. Tuvo que tomarme en su mano y ver la carita sonriente dibujada en mi cáscara para entender que era yo, Rosina, y que tenía que volver a ponerme en mi lugar, manejarme con cuidado. No me pueden hacer esto, al menos hasta que Laura escriba sobre mí, ella me necesita.

¿Y luego? ¿Cuánto falta? ¿Cuántas aperturas y cierres inofensivos de la nevera pasarán todavía antes de que llegue el que decretará mi fin? En estas últimas horas me he puesto a pensar en lo que vendrá después, si habrá lugar para mí en el más allá, si hay alguien del otro lado que ha entendido que todas las cosas tienen alma, que todos los seres vivos – cualquiera que sea su naturaleza, forma o función – contribuyen a la esencia del todo.

¿Por qué es mi destino ser devorado por una especie arrogante y déspota antes de que pueda siquiera asumir una forma? ¿Por qué soy arrancado de mi madre para satisfacer el apetito innecesario de aquellos que no ven más que su propia hambre? Pero incluso en la ira, en la conciencia de mi debilidad, de la imposibilidad de escapar de lo que me espera y de poder cambiar las cosas, no puedo dejar de sentir una pizca de satisfacción, tal vez felicidad. La mayoría de mis compañeros no llegan a experimentar ni la centésima parte de las emociones que yo sentí, yo que ahora sé lo que es el amor, porque alguien decidió que yo podía ser importante, y me hizo experimentar el contacto, la conexión con el otro.

Hoy me sacó tarde de la nevera, decía, me envolvió en un trapo como siempre -en realidad, esta vez eran dos- y me metió en su bolso. La escuché decirle a ÉL: “Voy a la clase de yoga, traigo el huevo para el ejercicio de escritura”. ÉL la observó mientras me arropaba con la tela y luego dijo: “Hace mucho calor, ¿estás segura de que es una buena idea?” Ella solo respondió: “No”, y salió. ¿Y si tenía razón? ¿Y si me doliera el calor? ¿Por qué no me dejan en la mesa de casa todo el día, esperando a que llegue Lía para poder escucharla hablar en su manera graciosa, oír esa risa contagiosa? Y además, ¿qué demonios es el yoga?

Aparentemente, “yoga” es algo que haces en una habitación interior, escuchando las instrucciones de una voz femenina. Laura me ha apoyado en el suelo, estoy en su bolso así que no puedo ver mucho, pero puedo escuchar. La voz de la profesora es suave pero firme, y debe haber mucha gente en la sala porque escucho el sonido la respiración pesada por el esfuerzo de varias personas, hace mucho calor y todos se están moviendo al mismo tiempo. No sé cuánto dura este “yoga”, esos nombres raros rebotan en mi cabeza – vinyasa, chaturanga, savasana -, el olor a sudor se mezcla con otro aroma muy intenso, que me hace pensar en algo profundo, tal vez haya humo.

Entonces, en cierto momento, la voz femenina dice una frase que me impacta, la recuerdo perfectamente incluso pasadas las horas: “Que todos los seres, en todas partes, sean felices y libres, y puedan los pensamientos, palabras y acciones de mi propia vida, contribuir de alguna manera a la felicidad y la libertad de todos”. Pienso que es una frase hermosa, y me pregunto si Laura está reflexionando sobre su significado. ¡Yo soy uno de esos seres! ¡Yo merezco felicidad y libertad!

Aún así, no tiene sentido ser consciente de que mereces la felicidad. Nací en una trampa, y llegado a este punto solo puedo esperar que el final de la vida que conozco sea, para mi, un nuevo comienzo.